domingo, 21 de junio de 2009

Airbag, no te debo un carajo

Por alguna razón el poste y el auto estaban ahí. Tal vez haya sido por la misma razón por la cual el asfalto haya estado mojado y por la cual las dos putas almas que viajábamos en el auto solo permanecimos en silencio mientras veíamos cómo intentábamos trepar el poste y, lejos de la victoria, sentimos de a poco, cómo en menos de un segundo (tal vez en el tiempo que tarda el vomito en salir de la boca y caer al agua) el auto se daba vuelta. El primer recuerdo que tengo es haber abierto los ojos (tal vez los haya tenido abiertos ya) y ver piezas largas e incomodas de plástico, pedazos del tablero, cosas de autos. Una panorámica en escala de grises y algún que otro marrón y la luz de los postes de la calle que entraba por algún lado, dando un aspecto como de jungla, o fondo del mar atravesado por rayos lumínicos. Sentía el cielo raso de tela de auto sosteniendo mi cabeza. “¿Estas bien?”, me preguntó mi amigo. “Si, ¿vos?”.
Hay un momento en que uno no sabe siquiera si está vivo o muerto, no sabe bien qué pasó, o cómo pasó, solo se es consciente de que se está ahí, tirado, tal vez a centímetros de lo que podría haber sido una invitación para un desayuno americano de primera esa misma mañana junto a Fernando Peña y Albert Hoffmann. Mas allá de eso, había un nuevo vaho de temor saliendo por los difuntos aires acondicionados. “Boludo, salí, el motor esta prendido”. La verdad es que no conozco ni lo básico de autos, pero por algún motivo, el hecho de que el motor estuviera en marcha y el auto de cabeza sonaba a una potencial cagada. Reptamos cada unos por nuestra salida mas cercana, en mi caso fue la reventada ventanilla del asiento del piloto, mi ventana no había estallado con el impacto. Salir, revivir, ¿caer en la cuenta de? Salí de aquella masa humeante de retorcijos de distintas cosas ensambladas en algún país tercermundista por empleados explotados. Lo primero que divisé fue mi mano cuando la apoye en la vereda (tierra firme). Tenía dos cortes en los nudillos izquierdos y una desilusión en aumento de que todo eso de ver pasar la vida frente a los ojos no es mas que mierda. Me puse de rodillas y me levante, mientras me agarraba la cabeza y sacaba pedazos de vidrio mi pelo. En algún momento apareció el piloto, (que por sus crónicas había salido por atrás) ni siquiera nos miramos, simplemente cruzamos la calle, ví a unos tipos en la esquina mirando y con celulares en la mano. Estaban llamando a la policía, a una grúa, mandando un mensaje o solamente sacando fotos, a la gente le gusta sacar fotos. Nos sentamos sobre un bloque de concreto que había en la vereda de enfrente, una grada urbana, un coliseo moderno, de espectáculos breves y crecientemente reales. Mi hermano (por lo menos en esta segunda vida lo es) empezó a tocarse los huevos con eso de “el auto”, “mirá cómo quedó”, “boludooooo”, etc. Me limite a tratar de expresarle de la manera mas sutil (dentro de lo posible) la adrenalina que estaba pasando por mi cuerpo en aquel momento. Era como si pensara que tranquilizándolo iba a hacer que se distienda y disfrute del momento. Yo lo estaba disfrutando. Ese horrible aparato, inmenso, una obra maestra de la ingeniería, un Honda, reducido a la cuadriplejia del mundo vehicular. Ahora era un ensamble de partes (una tan indispensable como la otra) que podían valer tanto como un camión lleno de huesos de pollo. “No pienso empezar a creer en dios” recuerdo haberle dicho a tres amigos cuando vinieron del bar a buscarnos. Podríamos haber muerto, tres o cuatro fumones podrían haber estado llorando desconsoladamente es misma madrugada. Podría haber sido el peor día del padre, y la posterior llovizna podría haberse mezclado en la calle con la sangre de mi amigo, o con la mía inclusive. Cintas fluorescentes con la palabra “peligro” y bolsas negras. Me habría encantado hacer el amor con la personificación del sentimiento que me invadía entonces. Estaba vivo, no llevaba cinturón de seguridad y solo tenia un par de cortes. Y puedo jurar que en aquel bloque de cemento, unos segundos antes que nosotros, había estado sentada la Parca, pero no la de siempre, una Parca de tuercas y bujías y árboles de levas y embriagues y toda esa mierda. Perezosa, sin ganas de trabajar, simplemente esperándonos tras la puerta de una habitación a oscuras, solo para asustarnos e irse corriendo entre risas, excitada, sintiéndose mas viva que nunca.

miércoles, 17 de junio de 2009

gU.S.A.nos

Parte I





2009





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Parte II (iluminado con luz ultracioleta)