jueves, 8 de enero de 2009

Jo jo jo


2008
Lapices de colores
35 x 50

Atención

Paula se había levantado de Motus propio esta mañana, prescindiendo de relojes, celulares, madres, discusiones domesticas y todas esas otras cosas cotidianas. Simplemente abrió los ojos repentina y decididamente, como si en ningún momento hubiese estado durmiendo y solamente le hubiera estado jugando una broma ya gastada a alguien que estuviera mirándola, pero nadie mas había en su habitación, mas que ella, sus posesiones y sus tesoros adolescentes. Se levantó fugazmente, contraria a la apatía que todas las mañanas le recordaba el pesar que le causaba el hecho de seguir viva.
Miró por la ventana, y realmente le importó uno, dos y hasta tres carajos si el día estaba agradable o si el cielo se caía en forma de fuego sobre el mundo, sobre el barrio.
Para ser realista, el día no era lo que el estatus quo denominaría como un “lindo día”, pero no hace falta que repita cuanto eso podía llegar a influirle a Paula ese día, él día, aunque ya descartaba la idea de un picnic o de una salida al parque de diversiones, por mas que a ella esas cosas no le despertaran ni el mas mínimo interés. Pero, ¿qué más da? Hoy papá tenía un tiempo para ella.
Definitivamente, hoy era el día que estaba esperando desde hacía, específicamente, mucho, mucho tiempo, tal vez hasta semestres. Por primera vez en su vida no tuvo problemas para resolver qué ponerse. Contrario de sus diarios amaneceres, hoy anuló el dilema de las prendas en cinco minutos, incluso menos. Nada de preocuparse por una ropa interior seductora, o de una camisa escotada que no la haga parecer una exhibicionista, o más bien, una fanfarrona de sus suertes. Simplemente un pantalón cómodo y ordinario, y una remera sobria pero elegante dentro de todo, casual, por describirla de alguna manera, zapatillas y se finí. Papá era el único hombre al que no le importaba si se veía sexy, elegante o un tanto gorda, así que esa mañana dejo sus miedos sociales/mediáticos descansando en un frasco hasta que volviera.
Bajó las escaleras, y ahí, la sala de espera al mundo real, el paso antes de la calle, su cuarto era ella, era de ella y para ella, con cosas que le pertenecían a ella y a nadie más. Pero al bajar al living, todo se transformaba; una gran zona neutra incestada con unos pocos muebles que realmente no decían nada, uno que otro recuerdo de algún viaje, piso e linóleo y fotos, muchas fotos familiares por doquier. Realmente era una fría y (en ocasiones) superpoblada tierra de nadie… En realidad no de nadie, todos sabían quien era la voz (grito) y el voto (orden) de la casa. Era un puto matriarcado/Reich, en donde la SS era conocida como “hacélo”, y si tenías las pelotas para cuestionarlo te veías con el Almirante General “porque yo lo digo”. Y si eras tan suber para pensar que tus ideas mueren con vos entonces ahí te veías de frente con la versión hogareña del innombrable führer “cachetada”. Cuando Paula llegaba a éste punto por lo general se encerraba en su cuarto durante horas, y lloraba durante algunos minutos. Pero, peor que el llanto es el momento post-golpe en el que caía en la cuenta de lo que le acababa de pasar y simplemente dejaba que su cabeza haga todo el trabajo que mama no hizo porque es tan astuta que sabe que su cabeza esta tan influida por ella que simplemente no la iba a dejar en paz por un buen tiempo. Pero peor que todos los dolores de alma y mejillas del mundo era el momento posterior a del auto flagelo psicológico, en el que volvía a ver a su agresora, que siempre estaba ahí, esperándola de la misma manera que dios espera a un hereje en las puertas del purgatorio, con soberbia e indiferencia, esperando su perdón, su lamento, que vomite su alma frente ella y se levante a buscar un trapo para limpiarlo.
El living estaba deprimente y resignado, como siempre. Ese lugar le causaba a Paula la misma repulsión que caminar por la calle una mañana dominical de otoño, en que se podía ver al sol brillar, pero no se lo podía sentir. En una silla junto a la mesa su hermano menor, Agustín miraba su programa de deportes. Estaba viendo una carrera de autos en que lo más enfocado eran los culos de las promotoras de Chevrolet. Eso le encantaba a su hermano, era un ser humos básico, con gustos básicos, y fácil de conformar, un ciudadano modelo. Nada de drogas, ni de alcohol, nada de prostitutas, solo estudio, deporte y masturbación. Gozaba de una salud excelente, como de un estado físico envidiable por su edad preadolescente, y una capacidad para recordar y aprender todas las cosas tan útiles en la vida real que todos vimos en el colegio, ecuaciones, asíntotas y todas esas cosas que alguna vez aprendimos. Un ciudadano ejemplar y solo tuvo que sacrificar su revolución interior… No parece un mal negocio si no te interesa morir siendo lo mismo que cuando naciste.
Paula lo observaba mientras se preparaba una leche chocolatada, el muy irrespetuoso se estaba “rascando” la entrepierna mientras veía con suma atención la F de Ford perfectamente ubicada sobre la zona de donde se ubicaba el pezón de aquella promotora rubia, bien dotada e insulsa de la tele. De a poco pudo ver cómo una erección iba naciendo. Ya no quería ver más.
- Hola hija, ¿cómo estas? ¿Ya te levantaste?- Dijo mamá, que apareció por detrás de Paula en la cocina empalideciéndole toda la cara de la sorpresa.- Si, me voy a lo de papá.- Le respondió con frialdad como reprochándole que no lo recordara.- Ah, ¿vas a lo de papá hoy?- Efectivamente, no se había acordado… Puta.- Si, desde hace dos semanas que te vengo avisando.-
- Ah, bueno, pasála bien.- Le dijo preocupándose (ahora si) por el bienestar de su hija.
Paula terminó su desayuno, guardó su celular en la mochila y, ¿su billetera? Nah, iba a lo de papa, lo menos que podía hacer era auspiciarle el día después de tantas ausencias y desilusiones.
- Pauli, vení…- Dijo mamá llorando varias horas después de pasada su hora de dormir hace ya casi siete años. Paula bajó, con su pijama gastado, de género flaco e invertebrado, aquel que unos años mas tarde no dejaría viajar al basurero. Sabía con suma perfección lo que le iban a decir. O lo suponía, habían hablado del divorcio una vez en el colegio. Martina se había puesto a llorar en la hora de lengua y la profesora la llevo al baño para sonarle los mocos y hablar. En el recreo le contó a Paula que la noche anterior su papá se había ido de su casa, y su mama le dijo que nunca más lo iba a volver a ver porque era un “hijo de pe, intopente y frasacado”… O algo así.
- ¿Qué pasa?- Preguntó casi blanca, temblaba, actuando como si realmente la hubieran sacado de la cama, como si no hubiese oído ni una sola de las peleas que tenían desde hace ya casi… una, dos, tres… Cuatro semanas y media.- Tenemos que hablar, Pau.- Los ojos de la pobre criatura de llenaron de inmaculadas lagrimas puras e infantiles. De a poco reventaron sus cristalinas corazas y rodaron por su cara lisa, sin granos ni lunares, acelerando hasta detenerse en el punto mas bajo de su mentón, dejándose caer al vacío y estrellándose contra su calido pijama.
- Dejáme a mi, Pablo.-
- Pau, mi amor, ¿sabes lo que es un divorcio?-
¡BUM!

Paula estaba ya en el colectivo yendo a lo de papá, estaba mas que ansiosa, con la cabeza apoyada en la ventanilla viendo pasar al mundo, viendo pasar miles y miles de vidas, ¿cuántas serán como la de ella? De repente, entre medio del gris y luminoso ambiente del colectivo se hace escuchar una tonada melosa/romántica, rebelde pero prefabricada… Creo que era steelheart y alguna balada untada al punto de la exageración con miel de arpegios. Su celular, sagrado, vendito y sagrado celular; su medio de contacto con el resto del mundo, su manera satelital de romper el hielo sin tener que dar la cara, o forzándose uno mismo a romper la bolsa uterina de su verborragia; todo lo contrario, se simulaba una simple y casual falla de tipeo y listo: Otro ser humano, otra historia en blanco qué leer. Otro candidato a príncipe azul.
- Hola amor.- Respondió Mel al otro lado de la línea.
- Mel, mi vida. ¿Cómo estas?-
- Bien, acá en casa, con Matu. Ahora en un rato vienen Celes y Boru.- Dijo Mel sin que Paula le prestara mucha intención en ese momento. Miraba al resto de sus compañeros de viaje; la estaban mirando como a una lesbiana que acababa de decirle a su madre que quería tener una noche de fuerte sexo lésbico con ella.- Ah, bueno…- Le dijo por el simple hecho de no responderle un monosílabo. - Nada, te decía porque nos vamos a ir al cine. ¿Te querés venir?- Paula comprendió el matiz de obligación que había en la oferta. Ella, la soltera del trío. La apática y vergonzosa chica virgen y responsable, y no porque ellas fueran irresponsables, sino porque de vez en cuando se permitían el lujo de aumentar su ego mostrándose mas ebrias de lo que realmente estaban y así sacar provecho del difícil “no” de algunos hombres.-Y, mirá, estoy yendo a lo de papa.- Le dijo con un tono familiar al que le puso a su madre al recordarle su itinerario, pero sin tanto reproche.- Ah, bueno. Entonces no se, nos vemos algún día de estos, ¿dale?- Le sugirió con cierto aire de alivio, y hasta de autocomplacencia por el acto tan caritativo que acababa de cometer: Invitar a Paulita, la pobre Paulita al cine. Con ella, su amiga y sus novios para que, de vez cuando salga con alguien. Ella, tan solitaria, tendríamos que conseguirle alguna pareja… ¿Una rata cancerigena tal vez?
- Pauli, ella es Patricia, una amiga mía que se va a quedar a vivir unos días en casa con nosotros, ¿si?- Dijo papá, feliz, con cara de vendedor de algún producto sumamente fallado, cuando ella tenia apenas diez años y recién ahora había empezado a acostumbrarse a lo que había comenzado un año atrás.
- Hola Pau. Sos muy linda, ¿sabes?- Le dijo repugnantemente esa cara nueva de pasta de colores y olor a cremas grasosas.
Paula la miró un tanto agitada, traspiraba salinas gotas de sudor, sus mejillas dejaban blanca a su cara en una batalla de contrastes. Ella simplemente respiraba muy fuerte con sus hombros en alto y encorvados hacia delante, dejando sus clavículas prácticamente fuera del cuerpo. Miraba fijo a su competidora, alzando los pómulos y arqueando hacia abajo el flagelo de sus cejas con la boca entreabierta y reseca. Solo quería inmolar sus parpados inferiores con frescas lágrimas. Papa la había decepcionado otra vez. Solo quería echarla de sus casa, su territorio, y si hubiese tenido la edad y las fuerzas lo habría hecho sin lugar a dudas.
- Gracias.- Dijo complaciendo a su padre.
Macabros eran los últimos metros que la separaban (ansiosa) de la puerta de su hogar de cada tanto. Sus impulsos primitivos por llegar mas rápido, le hacían acelerar inconscientemente el paso, dándole a su caminar una forma graciosa, hasta torpe, tan de dieciséis años como ella.
Ahí estaba, parada frente a la casa de su padre, de su padre y de Patricia, o Patri como ella le gustaba que le llamaran, para tener una relación con Paula “como la que no puede tener con su mama”, según decía ella.
Se sacó los auriculares y tocó el timbre. Tan suyo era ese lugar que ni libre acceso tenía.
Papá abrió la puerta, no parecía muy dispuesto a salir a algún lado. Vestía pantalones cortos y una remera mas que vieja, gastada, que usaba para hacer trabajos manuales.
- Hola preciosura.- Dijo Pablo, mientras la miraba con una sonrisa y sacaba las llaves para abrirle.- Hola pá, - Saludo Paula mientras acercaba su cara para darle un beso.- ¿como estas?- Bien, ¿vos?- Entraron juntos a casa. La casa de papa era muy linda, era lo que ella entendía realmente como un hogar, lastima que no lo sentía como suyo.
Una casa grande bañada en madera barnizada, con sillas y sillones cómodos y, al igual que en la casa de mamá: muchas fotos familiares. Fotos de papá en sus años jóvenes, fotos de Patricia en sus años de jumper, fotos de ellos dos en Brasil, fotos de los padres de Patri, fotos de los abuelos. Una que otra foto de su hermano, y una foto de ella pisando facturas a pagar en un estante en el carajo de la casa. Fotos de Marina.
- Pauli, tenemos un sorpresa para vos, vení.- Paula realmente se sorprendió, le dejaron interrumpir su tarea para darle una sorpresa, ¿qué podía ser tan importante? ¿Irían a darle ese perrito con las orejas largas como conejo que tanto quería y añoraba siempre que pasaba frente a la veterinaria? No, ya sabía, si, le iban a construir la casa del árbol de sus sueños, ya que acababa de cumplir doce años hacía solo un mes, tal vez se habían atrasado con el pedido. -Sentáte Pau, tu papá tiene algo muy importante para decirte.- Decía Patricia con una sonrisa por demás falsa hacia ella pero con los ojos sumamente húmedos y un VHS en la mano.- Pauli, vas a tener una hermanita.- El mundo de Paula, su estabilidad emocional, sus seguridades y sus esperanzas se cayeron a pedazos tal como unas pocas semanas después lo harían las paredes del cuarto de huéspedes que de vez en cuando le pertenecía, pero que ahora remodelarían porque, ese, sería ahora el cuarto de la bebé. Fingió alegría pero no lo logro del todo.
Papá trato de aumentar un poco mas su entusiasmo cargándole sobre los hombros una macabra decisión:- Y adivina qué, vos vas a elegir cómo se va a llamar.- La sonrisa de Patricia parecía transformarse en una malograda escultura de plástico que había sido dejada delante del fuego durante un buen tiempo y pretendía sin éxito seguir siendo lo que había sido en un principio.Paula siempre había detestado el nombre Marina.
Papá había alquilado una película, ese era su plan para el domingo de lluvia, una película de Jackie Chan y pochoclos para microondas que no iba a ser él quien fuera a cocinarlos, obviamente. Paula siempre detestó esa clase de películas pero hoy tenía que conformarse con eso, no sabía, no podía saber cuando sería la próxima vez que a Patricia se le dé por salir con Marina por todo el fin de semana. Papá estaba solo, solo para ella, a su completa disposición, únicamente para su goce y para el de nadie mas. No lograba recordar cuándo había sido la ultima vez que había logrado ese clima con él, cuándo había sido la ultima vez que papi no estaba ocupado con sus cosas de oficina, o con sus dolores de cabeza, o con sus siestas o con su otra familia, la que realmente le importaba, la que no representaba un compromiso, un peso mas en su presente, fruto mal habido de su pasado.- ¿Querés algo para tomar? ¿Coca, agua, cerveza?- Se reía de la misma manera que lo hacen los idiotas fracasados en las fiestas familiares al ofrecerle vino a un chico de cinco años en forma de broma. Era de esa clase de personas, un hombre que había vivido la vida que sus padres le habían planeado aun antes de conocerse, calvo y rutinario. Una babosa igual a todas las demás en un eterno lecho de muerte que nada esperaba de la vida mas que lo puramente obvio, un ente que lograba sorprenderse al conseguir un descuento en latas de morrones en el supermercado. Un ser humano que disfrutaba de la monotonía, que disfrutaba de trabajar en algo en lo que nunca habría pensado hacer en sus épocas de adolescencia.- No, gracias pá...- Respondió Paula como si estuviera en la casa de algún extraño al cual no quería ocasionar molestias.- No, bueno, si vos vas a tomar algo entonces traéme un vaso de agua.- Era algo rarísimo, la cerveza solo gustaba cuando se encontraba con sus amigas. Le encantaba cuando se hallaba frente a personas que la podían llegar a juzgar muy duro por el hecho de no consumir alcohol. La incentivaban y le festejaban siempre que al día siguiente no recordaba nada y se reían cuando terminaba sentaba en una esquina junto a su coctel de cosas devuelta sobre el piso. Y luego, preocupándose más bien por la culpa que pudiera llegar a recaer sobre ellas le ofrecían un vaso de agua y el pasaje de vuelta a casa, pero no la devolución a su madre. Eso era lo que Paula entendía como amistad, confiabilidad y hasta lealtad, y les estaba profundamente agradecida por ayudarla a dejar de ser tan cerrada, tan introvertida y darle el empujoncito para animarse a ser mas sociable con esa gente tan agradable que frecuentaba esos lugares a los que concurrían. “Gracias chicas, de verdad, las amo, y no se que haría sin ustedes” les confesaba siempre que podía sin obtener mas que una respuesta obligatoria de parte de ellas, que emergía únicamente bajo presión.El mediodía ya no podía disimular que se había convertido en tarde. De a poco el sol anunciaría cada vez con más ímpetu que se iría, pero no sin antes cegar los ojos de sus siervos con un destello naranja, que incendiaria el cielo, de la misma manera que cada tarde lo hacia y que horas mas tarde se apagaría, al igual que todas la noches solía ocurrir. Las botellas de cerveza de papá se iban vaciando de a poco, y las bandejas que en su momento habían cocinado pizza de supermercado agonizaban ahora en un fregadero, fundidas con queso quemado y miserables gotas de agua que nada podían hacer frente al teflón y el aceite, esperando la divina y pulcra intervención de algún alma femenina.
Mierda, Pablo si que disfrutaba de la película, si que disfrutaba de la tarde con Paula, disfrutaba tanto de todo eso, y de su cerveza que en un momento Paula apartó la vista de los diminutos detalles que jamás había notado de la casa de su padre y lo miró a él. Estaba dormido. Asqueroso, con la cabeza reclinada usando la grasa de su cuello como almohada de su sucia y mal afeitada mandíbula. El olor a alcohol se notaba mucho, pero no tanto como las ganas que tenia de que Paula se vaya. “Bueno, mil gracias por venir eh, a ver cuando nos juntamos devuelta. En cuatro meses tengo una tarde libre.” Parecía decir su cara, su gesto gruñón de dormido, el poco énfasis que le había puesto a esa tarde con su hija, con quien en una época fue sus hija querida, su tesoro, y ahora era Paula, Paula alias “no hagas ruido que Marina duerme”, Paula, la chica que lo molesta cuando lo llama.
¿Paula? ¿Qué Paula? Ah, si, Paula, ¿qué pasa con ella? ¡Ese es el problema papá! Que no sepas qué pasa, qué me pasa. Que no sepas nada sobre mi, o mas bien, que te lo hayas olvidado, que en tu mente solo quede Paulita, con sus conjuntitos rosa, con su pelo rubio y rizado, en los brazos tuyos y de mamá al mismo tiempo, que solo recuerdes con afecto cuando lloraba tiernamente porque no lograba descubrir como funcionaba el lápiz labial de mamá. Y que yo, Paula, tu otra hija del presenta solo represente una mensualidad/estigma en tu vida/cuenta bancaria.
- Pa.- Despertó Paula a papá.- Ya me tengo que ir, le prometí a mama que iba a estar en casa antes de las ocho.
- Bueno, eh,- Pensaba Pablo recién levantado y con una especie de resaca, las comisuras de su boca estaban húmedas por la saliva.- te llevo.-
- No, dejá, el 152 me deja en la esquina de casa.-
- ¿Tenés monedas?-
-Si, si, tranquilo.- Le dijo Paula cargándose la mochila.Se dirigieron juntos hacia la puerta, sin hablarse. Pablo le abrió la puerta y la despidió:
- Bueno Pau, gracias por hacerme compañía hoy, eh.- Le dijo como si nada mientras miraba el cielo para saber si esa noche llovería o no, había lavado el auto el día anterior.
- No, gracias a vos por invitarme, pá.- Se humillaba ella.
- No hay por que, cuando quieras… ¿Te gusto la película?-
- Si.- Mintió Paula esperando que tal vez de esta manera fuera invitada con más frecuencia.
Se saludaron con un beso, y Paula enfiló hacia la esquina, donde caminaría otras cuatro cuadras más hasta la parada de colectivos.Sabía muy bien, que mañana por la mañana Marina y Patricia estarían devuelta en casa, como papá abrazándolo y desenvolviendo los regalitos de sus vacaciones de fin de semana. Y se besarían, y reirían, y les diría cosas tan lindas como las que antes les decía a mamá, a Agus y a ella. Y ese domingo, esa tarde, los pochoclos y Jackie Chan quedarían lejos en la memoria de Pablo, junto con su gusto favorito de helado o la música que ella escucha.
Y todo se convirtió nuevamente en lo que había sido aquella mañana, otra vez no le importaba como se veía o si el día estaba radiante o si una tormenta amenazaba el futuro de nuestra existencia, todo volvía a ser como lo fue hace tan solo un par de horas, solo que ahora el sol estaba del otro lado, y Paula ya no se sentía llena de vida. El colectivo estaba en la esquina, si corría lo alcanzaba. Nula era su prisa por volver a casa.

La bailarina y la manzana

2009
Oleo
30 x 50